Cuenta la historia que en Toledo, allá por el año 1434, vivía Don Enrique de Villena, escritor y nigromante, que sintiendo cerca la hora de su muerte llamó a
su criado negro en el que confiaba plenamente y le dio las siguientes instrucciones: que nada más morir le descuartizara minuciosamente y metiera sus restos en una cuba preparada con una extraña pócima, la cuba se hallaba escondida entre un montón de estiércol que daría calor al preparado. Y para que nadie notara su ausencia el criado llevaría el sombrero de su amo durante los nueve meses que duraba el experimento, con él el criado adquiriría el aspecto de su amo y nadie notaría su muerte. Y así fue, y el criado se paseó por Toledo con el sombrero durante meses y todos creían ver al amo, pero cierto día se encontró de bruces con una procesión del viático a la que no pudo esquivar, y mientras pasaba el sacerdote con los santos óleos todos se iban descubriendo, menos el criado. Pero un vecino indignado por la irreverencia le quitó el sombrero y entonces todos vieron de nuevo al criado negro. Fue conducido ante el Santo Oficio acusado de brujería y de matar a su señor, ante lo que no tuvo más que confesar lo ocurrido y conducir a la Santa Hermandad hasta el estercolero en el que se escondía la cuba. Estos, convencidos que allí obraba más el diablo que Dios, rompieron la cuba y se derramó sobre el suelo un líquido viscoso en el que flotaba lo que parecía un feto de pocos meses.

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